¿Tengo hambre emocional, hambre del corazón?
Te invito a responder a las siguientes preguntas:
¿Es tu primer impulso abrir la nevera cuando estás enfadado, molesto, solo, estresado, cansado o aburrido?
¿La comida recompensa en algunos momentos tu estado de ánimo?
¿Te sientes impotente o fuera de control en presencia de comida deliciosa?
¿Es la comida como un amigo, algo que te da seguridad?
¿Te has comido una bolsa de patatas, nachos, etc. sin prestar atención a su sabor, o a la cantidad?
¿Te sientes culpable después de comer?
¿Alguna vez comes simplemente para llenar un vacío?
¿Comes hasta sentirte mal de la cantidad ingerida?
Si la contestación es afirmativa a alguna de estas preguntas ya has experimentado en tí mismo lo que es la alimentación emocional.
El hambre emocional se caracteriza por su aparición súbita, nos suele llevar a ingerir alimentos que son reconfortantes , normalmente cereales o dulces que asociamos inconscientemente con los alimentos de nuestra primera infancia, cuando mamá nos cuidaba y reconfortaba. Es un hambre que no respeta el tiempo ni la hora del día y que exige que comas en ese mismo momento. Puede aparecer en cualquier instante y persistir incluso tras haber comido. El hambre de corazón nos lleva a comer sin pensar, en grandes cantidades, de modo inconsciente. Posteriormente nos sentimos vacíos emocionales, con la tripa demasiado llena e incluso culpables.
La alimentación emocional es un hambre normal que está en todos nosotros, pero cuando es muy dominante se convierte en el terreno de los comedores compulsivos, de aquellos que hacen dieta constantemente o padecen anorexia y bulimia.
Comprendiendo el hambre de corazón
Las luchas internas son acalladas con frecuencia a base de llenarnos la boca de comida para no pronunciar palabras cuya carga emocional puede asustarnos; palabras que se refieren a cosas que no nos permitimos sentir. La boca que se cierra y se abre a la comida es la misma boca que quiere hablar.
Con la comida conseguimos rebajar una tensión que nos molesta. Nuestra relación con la comida y los problemas que tenemos con ella se convierten en un vehículo para comunicar asuntos del corazón que a veces no disponen de otro canal de expresión.
El lenguaje de la comida es un lenguaje simbólico, una forma de expresar luchas emocionales, ambivalencias, sentimientos de vacío, de vulnerabilidad y necesidad de protección, de deseo y desesperación.
Cuando no podemos expresar lo que sentimos transformamos lo emocional en físico, del corazón lo llevamos al estómago: tengo hambre o no quiero ingerir nada. El lenguaje está lleno de referencias a esta mezcla entre sentimientos y alimentación: `No me lo puedo tragar”, refiriéndonos a algo que rechazamos; “se me revuelve el estómago“, cuando sentimos asco por algo; “tengo mariposas en el estómago”, cuando tenemos angustia.
Cuando aparecen problemas con la comida, convendría reflexionar sobre qué estado de ánimo nos provoca el hambre o la inapetencia; qué deseos, ambiciones, decepciones o fantasías se ocultan tras esos actos que nos llevan a deglutir o a rechazar el alimento. Es inútil perder el tiempo y las energías controlando obsesivamente la dieta, cuando el peso del conflicto se desarrolla en el mundo de los afectos. En muchas ocasiones comer se convierte en una metáfora entre la forma en que vivimos y la manera en la que gestionamos nuestras emociones.
Saciar nuestra hambre emocional conlleva un provechoso pero intenso viaje a nuestro interior donde comprender y desenmarañar nuestra relación con la comida, con nuestros afectos y emociones, con nuestro cuerpo, con el amor, con la vida.
Si necesitas ayuda para sanar tu hambre emocional ponte en contacto conmigo en tatiana_psi@yahoo.es
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